24 octubre, 2005

Ondas

Siempre me quedo mirando para las pequeñas ondas que se forman en los charcos, tiras una piedra y ¡zas!, todo se llena de círculos que crecen en tamaño hasta romper el la diminuta orilla, apareciendo y desapareciendo en un instante. Me siento como un padre, tiro la piedra y nacen, luego rapidamente, en segundos crecen y crecen, para al final morir en completa soledad. ¡Qué tristes deben sentirse!, realizan el viaje solas, sin poder alcanzar a la amiga que llevan delante y sin poder ser alcanzadas por la que viene detrás. Su tiempo es diferente y a veces me las imagino deseando frenarse o acelerar un poco para poder compartir el camino, o envidiando a las olas de un mar furioso que vienen y van en todas direcciones, como si de una gran fiesta se tratase.


Me da pena darles vida, tienen que sentirse muy solas, y tirando la piedra, a veces me siento culpable, pero son tan bonitas que nunca pienso en ellas, solo en verlas nacer, crecer y morir. Ni siquiera pienso en los pequeños seres que, como en un maremoto, son arrastrados por lo que yo he probocado.
Creo que normalmente nadie piensa en la consecuencias cuando tira la piedra, y asi, la volvemos a tirar una y otra vez, condenando a las pobres ondas a una corta vida de soledad y a los pequeños seres de la charca a una muerte segura, pero nos divierte y eso es lo que nos importa, las consecuencias siempre vienen después, cuando ya hemos tirado una cantera entera.
Ahora ya no tiro piedras en las charcas, solo en mi casa, cojo una cazuela, la lleno de auga hasta la mitad y allí tiro una canica, la ondas rebotan contra la pared, y a la vuelta se dan un gran abrazo entre ellas, saludandose por un instante mágico en el que parecen darme las gracias.


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